dimarts, 27 de desembre del 2011

De la brevedad de la vida.

La mayor parte de los hombres, oh Paulino, se queja de la naturaleza, culpándola de que nos haya criado para edad tan corta, y que el espacio que nos dio de vida corra tan veloz, que vienen a ser muy pocos aquellos a quien no se les acaba en medio de las prevenciones para pasarla. Y no es sola la turba del imprudente vulgo la que se lamenta de este opinado mal; que también su afecto ha despertado quejas en los excelentes varones, habiendo dado motivo a la ordinaria exclamación de los médicos, que siendo corta la vida, es largo y difuso el arte. De esto también se originó la querella (indigna de varón sabio) que Aristóteles dio, que siendo la edad de algunos animales brutos tan larga, que en unos llega a cinco siglos y en otros a diez, sea tan corta y limitada la del hombre, criado para cosas tan superiores. El tiempo que tenemos no es corto; pero perdiendo mucho de él, hacemos que lo sea, y la vida es suficientemente larga para ejecutar en ella cosas grandes, si la empleáremos bien. Pero al que se le pasa en ocio y en deleites, y no la ocupa en loables ejercicios, cuando le llega el último trance, conocemos que se le fue, sin que él haya entendido que caminaba. Lo cierto es que la vida que se nos dio no es breve, nosotros hacemos que lo sea; y que no somos pobres, sino pródigos del tiempo; sucediendo lo que a las grandes y reales riquezas, que si llegan a manos de dueños poco cuerdos, se disipan en un instante; y al contrario, las cortas y limitadas, entrando en poder de próvidos administradores, crecen con el uso. Así nuestra edad tiene mucha latitud para los que usaren bien de ella.


Séneca

divendres, 9 de desembre del 2011

Tierras de cristal

Mierda. Mierda, mierda, mierda, mierda. Estáis todos en un lago de mierda. Se os pudre el culo en un océano de mierda. Se os pudre el alma. Los pensamientos. Todo. Una asquerosidad grandiosa, de verdad, una obra maestra de la repugnancia. Un espectáculo. Malditos bellacos. Yo no os había hecho nada. Yo no quería más que vivir. Pero no se puede, ¿verdad? Hay que morir, hay que estar en fila pudriéndose, uno detrás de otro, ahí, dándonos asco, con gran dignidad. Reventad, cabrones. Reventad. Reventad. Reventad. Yo os veré reventar, uno tras otro, eso es lo único que quiero, veros morir y escupir en la mierda que sois. Dondequiera que os hayáis escondido, que os devore el más horrendo de los males y que muráis gritando de dolor sin que ni a un perro le importe lo más mínimo, solos como animales, como los animales que habéis sido, animales infames y obscenos. Dondequiera que estés, padre mío, tú y el horror de tus palabras, tú y el escándalo de tu felicidad, tú y el disgusto de tu vileza…que revientes de noche con el miedo aferrándote la garganta, y un dolor infernal en tu interior, y el hedor del espanto sobre ti. Y que contigo reviente tu mujer, vomitando blasfemias que le hagan ganar un paraíso infinito de tormentos. La eternidad no le bastará para pagar todas sus culpas. Que reviente todo aquello que habéis tocado, las cosas que habéis visto y todas y cada una de las palabras que habéis dicho. Que se marchiten los prados en los que habéis posado vuestros abyectos pies, y estallen como vejigas putrefactas las personas que habéis ensuciado con el hedor de vuestra sonrisa. Eso es lo que quiero. Veros reventar, a vosotros que me habéis dado la vida. Y junto a vosotros, a todos aquellos que después me la han quitado, gota a gota, ocultos por todas partes, espiando no otra cosa que mis deseos. Y yo soy Hector Horeau y os odio. Odio los sueños que dormís, odio el orgullo con el que acunáis la escualidez de vuestros niños, odio lo que tocan vuestra manos podridas, odio cuando os vestís para las fiestas, odio el dinero que lleváis en los bolsillos, odio la blasfemia atroz de cuando os permitís llorar, odio vuestros ojos, odio la obscenidad de vuestro buen corazón, odio los pianos que como ataúdes pueblan el cementerio de vuestros salones, odio vuestros amores asquerosamente justos, odio todo lo que me habéis enseñado, odio la miseria de vuestros sueños, odio el ruido de vuestros zapatos nuevos, odio todas y cada una de las palabras que habéis escrito, odio cualquier momento en el que me habéis tocado, odio todos los instantes en que habéis tenido razón, odio las vírgenes que cuelgan sobre vuestras camas, odio el recuerdo de cuando hice el amor con vosotros, odio vuestros secretos de nada, odio todos vuestras días más hermosos, odio todo lo que me habéis robado, odio los trenes que nos han llevado lejos, odio los libros que habéis enfangado con vuestras miradas, odio lo asqueroso de vuestras caras, odio el sonido de vuestros nombres, odio cuando os abrazáis, odio cuando aplaudís, odio lo que os conmueve, odio todas y cada una de las palabras que me habéis arrancado, odio la miseria de lo que veis cuando miráis a lo lejos, odio la muerte que habéis sembrado, odio todos los silencios que habéis desgarrado, odio vuestros perfumes, odio cuando os comprendéis, odio cualquier tierra que os haya acogido, y odio el tiempo que ha pasado sobre vosotros. Todos los minutos de ese tiempo han sido blasfemias. Yo desprecio vuestro destino. Y ahora que me habéis robado el mío, lo que os destrozará seré yo, el hedor de vuestros cadáveres seré yo, los gusanos que engordarán con vuestros despojos seré yo. Y cada vez que alguien os olvide, allí estaré yo.

Yo sólo quería vivir.
Cabrones.



Tierras de cristal de Alessandro Baricco

dijous, 1 de desembre del 2011